viernes, 25 de octubre de 2013

Aromas

Un intenso fogonazo de luz rasga la oscuridad de la noche estrellada. El destello ilumina una figura sentada sobre una roca, recortándose sobre el precipicio que se encuentra al final del camino.

Las olas rompen contra la pared rocosa, atronando el silencio de la noche. Pero la figura no mira hacia el vasto océano que se encuentra a sus pies sino que le da la espalda y fija su mirada, de ojos del color del agua profunda, en el bosque oscuro y frondoso.

Contempla el movimiento oscilante de las hojas con el viento y su mente encuentra el sosiego que buscaba desde hacía mucho tiempo. Se apaga el resplandor del relámpago y deja de ver la cadencia armoniosa de la vegetación, sin embargo, nota las vibraciones que se transmiten por todo su cuerpo, meciéndola en un canto sin voz, en un baile sin movimiento.

El aire le trae el aroma de la tierra húmeda, la fragancia de las flores abriéndose con la luz de la luna, el olor de la resina que recorre los troncos de los árboles cicatrizando las heridas. Aspira profundamente, intentando captar y diferenciar todos los aromas que llegan hasta ella, embriagándose con la frescura de la naturaleza. Se tiende sobre la roca y contempla el cielo estrellado. Un cielo sin nubes, plagado de estrellas y roto por esporádicos relámpagos. Una sonrisa cruza sus labios y alarga la mano intentando alcanzar la bóveda celeste que se abre ante sus ojos. Sus ojos se llenan de luz, su cuerpo se relaja, la sonrisa encuentra un lugar en su corazón y por fin puede cerrar los ojos para dormir sintiéndose segura.

lunes, 7 de octubre de 2013

Rayo de sol

Un rayo de sol brilla al despuntar el alba,
recorre llanuras y montañas ignotas.

Se refleja en el azul del mar y se divide,
una parte de él atraviesa la capa del líquido elemento,
disgregándose en múltiples haces luminosos
e iluminando las oscuras profundidades del océano.

La luz reflejada sigue con su avance
continuo, eterno, interminable.
Llega hasta el lugar donde la curiosidad
vence a la prudencia.

Se asoma
al cristal de la casa que ha encontrado
y decide entrar.
Allí encuentra un espejo.

Incide en él y se refleja su luz,
recorre la habitación una y otra vez,
incapaz de parar.

Se da cuenta
de la imposibilidad
de salir del lugar.

Frustrado, el rayo, golpea
las superficies en las que se refleja,
creando haces multicolores de luz
y descomponiéndose en colores primarios.

La casa se llena de luz,
la prisión se vuelve bella y majestuosa.
La claridad y el calor lo empañan todo.

Y, entonces, una mano
se mueve bajo la sábana,
se eleva y busca la ventana.

La encuentra y
abre una de las hojas
para sofocar el calor
reinante en el lugar.

El rayo ve
su oportunidad de escapar
y como una flecha
se dirige hacia su salvación,
hacia la ventana abierta,
la salida.

Una vez fuera, la casa
vuelve a sumirse en una oscuridad difusa,
más clara que la noche
pero más oscura que el día.

El rayo de luz
contempla la prisión desde la distancia,
como valorando
si merecería la pena volver a entrar.

Ahora sabe
que siempre que la ventana esté abierta
podrá entrar y salir libremente,
y con esa seguridad
termina por lanzarse de nuevo
a la reflexión y descomposición de su luz
en mil colores distintos.

Pensamiento

Suspiros susurrados
en inocencias quebradas.

Oscuros pensamientos
asoman en la mente.

Miradas huecas
de un pasado olvidado
pero no perdido.

Imágenes difusas
de sueños corrompidos.

Recuerdos vívidos
de pesadillas recientes.

Oscura la hora en que llegó.
Aciago el día en que marchó.
Tenebrosos momentos de incertidumbre.
Lúgubres sonrisas marchitas.

Funestas palabras que permutan
de la mente a los labios
de los que surgen
con tétricos significados.

Aciago, triste, sombrío, lóbrego, funesto,...
¡así es el pensamiento!

Silencio invisible

Un grito sale de su garganta, estremecedor, lánguido, ruidoso, silencioso. La antítesis del sonido. Las cuerdas vocales se agitan en movimientos espasmódicos. La voz se quiebra. Un nudo aprisiona su garganta, como si fuera un ave rapaz cerrando sus garras en torno a su presa, la voz. La prisión cerca el sonido, envolviéndolo en una cúpula invisible de silencio. Intocable, incorpórea, imperceptible, pero presente. Todo está quieto. Una pátina de irrealidad cubre todo el ruido silencioso y el silencio estruendoso.

La cúpula se ha formado en un segundo. Un instante tan sólo ha sido necesario para su materialización. La rapidez no ha mermado su dureza, es resistente y flexible. Nada consigue horadar su superficie. A su alrededor ve las caras de la gente que la rodea, gesticulando, conversando, mas no oye nada. El silencio absoluto presiona sus tímpanos y le nubla la vista. Las lágrimas surcan su rostro ante la imposibilidad de oír, de entender y de hacerse comprender por aquellos que le rodean. Alarga los brazos, intentando tocar los límites de la prisión etérea que la mantienen aislada, pero nunca llega, sólo palpa el vacío a su alrededor. Nadie parece darse cuenta de su presencia aunque están a su lado. Es como si fuera invisible e incorpórea.

Corre, intentando atravesar la barrera que la separa de lo que la rodea, sin embargo, las distancias se mantienen, es como si estuviera anclada en ese lugar. Su mente lucha contra la situación que se presente ante sus ojos mas no consigue vencerla. Cada vez se siente más imposibilitada y ya no sabe qué hacer. Se mesa los cabellos intentando encontrar una solución. Se sienta sobre la verde y mullida hierba y encierra la cara entre sus manos, mojándolas con lágrimas amargas. El pelo cae sobre su rostro impidiéndole seguir contemplando el aislamiento al que se encuentra sometida.

Finalmente, su cuerpo deja de sacudirse con los espasmos del llanto y sus ojos vuelven a elevarse, observando todo lo que sucede a su alrededor. A lo lejos distingue la silueta de una niña, es pequeña, apenas anda y al intentar ponerse en pie, se tambalea y cae contra el suelo una y otra vez. Observa la cara de concentración de la pequeña mientras intenta mantenerse erguida sobre sus dos piernas. Vuelve a caer y, en vista de la imposibilidad de realizar con éxito su tarea, esta vez decide desplazarse gateando. Cada vez está más cerca y ella contempla desde la barrera invisible que la separa del mundo, sin atreverse a aproximarse. La pequeña, cansada, se sienta y fija la mirada inocente sobre ella, de su garganta surge un sonido mágico, ríe. Su risa resuena clara y radiante atravesando la cúpula invisible. En ese instante algo se rompe en el alma de la chica, el sello del aislamiento se ha quebrado. El abismo oscuro de su alma es travesado por la daga de una risa que cercena pensamientos aciagos, dejando que fluya la tristeza en torrentes impetuosos para ser reemplazada por una cascada de júbilo.

La niña extiende sus pequeños brazos hacia quien la observa en la distancia y ella, impelida de un sentimiento de alegría, se levanta acercándose presurosamente hacia  su libertadora. De sus ojos vuelven a manar lágrimas, pero esta vez se trata de lágrimas de gozo, por fin oye. El hechizo del silencio se ha quebrado, la prisión ha sido destruida. La cúpula invisible ahora tiene una grieta por la que puede escapar. Franquea la puerta de salida y se traslada a la realidad que antes tenía vedada, dejando atrás la prisión silenciosa que la había atrapado sin darse cuenta.

Se acerca a la pequeña y sentándose a su lado, la coge entre sus brazos y la acuna cantándole una canción. Sus miradas confluyen en el cielo de sus ojos y ríen extasiadas con el sonido de sus voces, creando un resplandor mágico que las ilumina y envuelve, es como si hubiera surgido el arcoíris tras una tormenta en un día soleado.

Fuego

Jirones de viento arremeten contra los árboles. Las hojas se balancean. Se avecina una tormenta. Un rayo cae sobre una vieja y retorcida encina, partiéndola en dos. La energía de la chispa eléctrica prende la encina, creando una antorcha luminosa en la noche estrellada. El fuego se vuelve impetuoso y devora la materia.
Las llamas son transportadas por el viento rápido y vigoroso y, poco a poco, devoran el verde manto boscoso. El leve siseo de las hojas mientras se evapora el agua que contienen se transforma en un ruido ensordecedor cuando comienzan a calcinarse miles de hojas a la vez. El humo negro y espeso inunda el lugar. El crepitar del fuego es atronador. Todo está lleno de humo. El bosque arde y la vida gime entre las llamas.

La corteza sirve de coraza ante el avance del fuego, protegiendo la delicada savia que corre por las venas del bosque. Pero no es suficiente y muchos árboles perecen calcinados, reducidos a cenizas grises y calientes que se esfuman con el viento.

Los animales huyen despavoridos de las lenguas de fuego que se ciernen en torno a ellos. Los pájaros alzan el vuelo, mientras que los cuadrúpedos imprimen mayor velocidad a sus extremidades, buscando una salida. Las fosas nasales se dilatan, intentando captar el poco oxígeno que queda en el lugar. El suelo está incandescente y sus patas sienten la fiebre de la tierra. El bosque se ha convertido en una bóveda ardiente, en una prisión que abrasa sus cuerpos y sus mentes. El calor hace que les hierva la sangre. Todo está oscuro. No pueden respirar. El fuego se apodera de sus cuerpos, de su vida. El hedor es insoportable. Las plumas, el pelo, las pezuñas, las cornamentas, la madera, las hojas... todo arde en el bosque y la mezcla de olores vuelve locos a los animales.

Los troncos calcinados se precipitan al suelo, cerrando las posibles vías de escape. El bosque grita, el ruido es abrumador. Todo perece bajo el influjo de las llamas. Y, de repente, gruesas gotas de lluvia comienzan a caer del cielo. Comienza la lucha entre el agua y el fuego. Los truenos enmascaran el crepitar de las llamas, los animales enmudecen.

Las nubes descargan su contenido con ímpetu sobre el bosque ardiente, las primeras gotas se evaporan con un siseo, abrasadas por las llamas. Pero a éstas les siguen otras lágrimas acuosas que caen cercenando la vida del fuego. El líquido elemento comienza a caer sobre los cuerpos calenturientos de los animales, empapándolos, refrescándolos. Las llamas, afectadas por la lluvia, poco a poco comienzan a disminuir de tamaño. La guerra entre los elementos de la naturaleza está en marcha y ninguno de ellos quiere perecer. Los animales levantan la vista hacia el cielo, hacia las gotas de lluvia torrencial que les traen la salvación.
El fuego comienza a retroceder, a consumirse, a agostarse en su propia materia. El humo ha dejado de nublar el ambiente y los animales observan como hipnotizados el movimiento cadencioso de las lenguas de fuego a su alrededor. Ya no se oye el crepitar de las llamas, ni los gritos de los animales, ahora sólo se escucha el ruido del trueno y el repicar de la lluvia sobre el suelo.

La noche va perdiendo luminosidad. Los árboles dejan de ser antorchas para convertirse en cadáveres calcinados que contemplan de pie la luz lejana de las estrellas. El círculo de fuego se abre y los animales comienzan a moverse, despacio, con cuidado, atentos a la menor señal de peligro. Pisan la tierra caliente y húmeda, los cuerpos abrasados de los congéneres que no pudieron escapar al abrazo del fuego. Inhalan las cenizas que transporta el viento. Huelen la muerte que los rodea, y comienzan a huir despavoridos del lugar maldito en el que han estado a punto de perecer. La lluvia sigue cayendo sobre ellos, llevándose consigo los restos del incendio.