Hace frío en esta noche oscura en
la que nada es lo que parece. Las estrellas se han ocultado con un manto negro,
cubriendo todo el mundo a mi alrededor.
La temperatura desciende y
penetra hasta el interior de mis huesos, pequeños cristales de hielo
solidifican en mi sangre, congelando poco a poco todos los reductos de
conciencia humana que había en mí.
La luz de la luna consigue vencer
las tinieblas e ilumina el claro donde me encuentro. Un pálido rayo de luz,
rebelde e indómito, se escapa de sus compañeros, yendo a morir al lugar donde él
se encuentra agazapado.
Oigo su aullido y veo que, dulce
y paulatinamente, se va acercando a mí, escondiéndose entre la vegetación,
acechándome. Entre la negrura, veo el destello de sus ojos, dos ascuas
ardientes que fijas en mí prenden la llama que a punto estuvo de extinguirse.
Por fin el calor se extiende por mi cuerpo, inflamando la vida que corre por
mis venas.
Nuestros ojos siguen fijos,
incapaz de romper el hechizo contemplo como se abren sus fauces. Sus colmillos
relucen al incidir la luz sobre ellos y, en ese momento, de mi garganta surge
un gañido que no es humano.
Sus orejas registran el sonido y
ladea la cabeza sin dejar de contemplarme con mirada curiosa. Me siento extraña
en este cuerpo, creo que ya no soy humana aunque la conciencia me dice que eso
es imposible. Se agudizan mis sentidos, oigo como la brisa mueve las hojas de
los árboles y la hierba que se encuentra a mis pies, siento la respiración del
lobo sobre todos los poros de mi piel.
Y, entonces, el lobo se pone
rápidamente en pie y decide marcharse. Comienza a correr hacia la espesura del
bosque y yo, incapaz de huir del embrujo de su mirada, me lanzo tras él en una persecución
sin sentido. Cada vez nos internamos más, las ramas nos lastiman pero la carrera
no se detiene. De vez en cuando, él gira la cabeza para asegurarse de que le
sigo (pues he comprobado que me está guiando hacia algún lugar), y parece que
me sonríe. Es extraño pero no me canso, llevamos horas corriendo y mis piernas
aún pueden seguir el ritmo de mi guía.
Mis ropas están rasgadas, ya no
siento frío, así que me desprendo de ellas mientras mis pies vuelan por el
bosque y mi pelo danza con el viento. Huelo el aroma del rocío sobre la tierra,
escucho la respiración de la vegetación y la naturaleza me llena de vida.
Me detengo al advertir que él se
ha parado, dirijo la mirada hacia el lugar que el lobo mira atentamente y
observo que está amaneciendo. El cielo se tiñe de azul oscuro y pronto
comienzan a vislumbrarse los tonos rojizos del sol que despuntan por el
horizonte. Apenas nos hemos detenido un momento… y la carrera comienza de
nuevo, esta vez más frenética que la anterior. Algo urge a mi guía para
imprimir mayor velocidad a sus patas y yo le sigo, atrapada por su embrujo.
Por fin, cuando el sol asoma sobre
la copa de los árboles que nos rodean, nos detenemos. Sorprendida compruebo que
nos encontramos en el mismo lugar del que partimos hace ya tantas horas. Él
está sentado, mirándome fijamente. Asombrada me percato de que nuestros ojos se
encuentran a la misma altura, miro hacia el suelo y observo que mis piernas ya
no son tales, sino que ahora son grises y peludas. Lo que antes eran dedos,
piernas y brazos humanos ahora son patas de lobo.
Ladea la cabeza y la lengua le
cae juguetonamente de la boca, como si sonriera. Mi mente no comprende lo que
ha ocurrido, intento hablar pero de mi garganta sólo surge un sonido áspero. Se
levanta y se acerca a mí, intento retroceder pero su mirada me tiene anclada en
este lugar. Inquieta espero el momento en que se abalance sobre mí para
devorarme; sin embargo, llega hasta mí y comienza a lamerme la cara, curándome
con su saliva los rasguños que las ramas produjeron sobre mi cuerpo.
Algo estalla en mi interior, la
naturaleza rompe brutalmente con mi concepción de la realidad y el hechizo se
rompe. Mi cuerpo antes humano, ahora es animal. Esta noche de sombras la
transformación ha tenido lugar en mí. Animal salvaje que recorre los bosques,
eso es lo que soy, es lo que fui y lo que siempre seré.
Mis ojos se cierran y me dejo
llevar por el instinto que clama por salir de mi interior. Acerco mi cabeza a la
suya y juntos nos fundimos en un aullido de reconocimiento, una nota de
agradecimiento para la luna que esta noche nos ha unido.