martes, 16 de septiembre de 2014

Huida

Sus ojos miraron fijamente el horizonte, dirigió una última mirada hacia la naturaleza que tenía que dejar atrás. Todo estaba cambiando, y la manada debía moverse deprisa, antes de que el cambio los alcanzara, porque el cambio para ellos era la muerte.

Los retoños que habían nacido hacía un mes aún no comprendían porqué tenían que salir de sus madrigueras. Esas bolitas suaves y peludas gimoteaban ante el frío de la noche y únicamente querían guarecerse entre las patas de sus madres. Pero era necesario iniciar la marcha.

El jefe de la manada aulló a la luna y todos, como si fueran uno solo, se pusieron en marcha. Rápido, más rápido, o su salvación sería imposible. La luna iluminaba su camino, guiándolos hacia un nuevo escondite, llevándolos hacia la salvaje naturaleza que los protegería del ser humano. Éstos eran los que traían el cambio, eran los culpables de su muerte.

Y toda la manada, desplazándose sin hacer ruido, llegó a su nuevo hogar, un lugar bello y tranquilo donde establecerse, al menos de momento.

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