domingo, 8 de junio de 2014

Marinero

Quizá un barco a la deriva
atraque en este puerto silencioso
y descubra el leve tesoro
escondido de tu ser.

Puede que la marea
arroje los restos del naufragio
al abismo de tus ojos,
anegándolos de sonidos inciertos.

Quizá las olas rompan
contra el acantilado de tus sentimientos,
quebrando la nostalgia
que embarga la punta de tus dedos,
salpicando de sal
la soledad acuciante de tu voz.

Cuando la noche se quiebre en aurora,
cuando el día muera tenuemente,
cuando los ojos se cierren con un suspiro inaudible,
cuando la vida escape de tu ser…
el frágil recuerdo ahondará entre la arena de la playa
buscando la joya oculta de tu corazón palpitante.

El bravo marinero,
pirata de mil mares,
asesino de vanidades,
creador de libertades…
se lanzará por la borda,
intentando nadar
hasta el mudo baile de tu sonrisa.

Buscará la luz de tus ojos
que, como el ocaso,
muere en el horizonte de tus pestañas.

Surcará un océano de sangre plateada
y saboreará el dulce recuerdo de tus pisadas.

Recordará las caricias que,
como arrulladoras olas en movimiento,
mecían sus sueños inciertos.

El marinero de sueños y ojeador de ilusiones,
busca la pasión
que, un día, en el mar se quebró.

Arriba a tu playa,
bucea entre los pétalos de tu mirada
y arroja las penas al suelo.

Arranca las nubes
con etéreas manos escarchadas,
creando un cielo con estrellas de plata.

Ahonda en el abismo de tus sentidos
y, sobre la arena de la playa que cubre tu cuerpo,
deposita un cofre de color verde esmeralda.

Frente a tus ojos lo abre
y escuchas el sonido
de la tormenta huracanada
y de las olas encrespadas.

Observas el interior
repujado de rojo escarlata,
bermellón como la sangre.

El alma del marinero
se enfrenta a tu mirada,
vacía en la inmensidad del océano,
refulgente en la noche encapotada.

Y, entonces,
su corazón comienza a sangrar
y se desborda de los límites del cofre,
empapando la arena
sobre la que descansa tu cuerpo.

Tu piel absorbe su pasión
y, encallado en tu alma solitaria,
amarras el barco a la deriva
en el que un día zarpó.

Por fin, el marinero sin rumbo
ha encontrado
el puerto de sus sentimientos,
el refugio de sus penas,
la cala de sus alegrías,

en el ancla de tu ser.

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