sábado, 7 de junio de 2014

Arenas

Susurros de libertad, de un futuro mejor, se cuelan en mi mente y me incitan a salir corriendo de este lodazal buscando una salida. La maleza se encuentra demasiado lejos como para poder alcanzarla con mis brazos y con cada movimiento me hundo más en este barro viscoso, húmedo y putrefacto. Lentamente intento que la resistencia que impone mi cuerpo a esa succión barrosa sea mayor. Despacio, muy despacio comienzo a extender mis miembros, intento no perder la calma pero los glub glub del barro están destrozando mis nervios.

Me queda poco, sólo unos centímetros y lograré alcanzar esa triste ramita que ha crecido en la dirección errónea, al menos para ella, para mí puede ser la salvación. Un poco más, sólo medio centímetro más y la alcanzaré. El barro ya me llega a los hombros y cada vez es más difícil moverme, creo que no voy a conseguirlo, mi cuerpo será absorbido por una masa barrosa… Ya no queda esperanza para este estúpido.

Se oyen unos ruidos entre la maleza, se mueven las hojas… ¡algo acecha! Seguro que es una bestia que está esperando a que me llegue la hora… pero si se introduce aquí la bestia acabará como yo, atrapada en el barro.

De repente oigo una voz cantando, ¡aquí!, grito para que pueda encontrarme, y entonces lo recuerdo ¡Cuidado, arenas movedizas! La maleza se abre justo delante de mi cara, cuatro ojos me miran fijamente. Dos pertenecen a la voz que cantaba, un hombre viejo, viejísimo, ataviado con un taparrabos y con la piel apergaminada y curtida por el sol. El otro par de ojos son de un lobo, joven, majestuoso, pero que cojea visiblemente. ¡Ah! ¡Ese lobo! El lobo que me seguía en la distancia para alimentarse de los restos de comida que a mí me sobraban…

El viejo me hace gestos, no le comprendo, creo que quiere que me quede quieto. Se marcha. ¡No! ¡Vuelva! El lobo aúlla acompañando mis gritos de desesperación. Y el anciano vuelve, trae consigo una rama muy grande y pesada. ¿Cómo podrá acarrearla? La deposita en el suelo y poco a poco la extiende hacia mí. En mi desesperación intento asir la rama, el fango ya me llega a la barbilla y cada vez me hundo más rápido. El viejo lo impide con un gesto. Cuando cree que es el momento se tumba cuan largo es sobre la rama y me ofrece su mano, me sonríe y asiente con la cabeza. ¡Ahora! Con las últimas fuerzas que me quedan cojo su mano y él comienza a arrastrarse hacia la orilla llevándome con él. Acercándonos poco a poco a la libertad que creía perdida para siempre. Ya tengo medio cuerpo en la orilla, un poco más y habré salido de este infierno. 

¡Por fin! De un último tirón el viejo consigue arrebatar mi cuerpo de las garras de las arenas movedizas y yo caigo exhausto, rodeando un arbusto con mis brazos, no quiero volver a caer en esa trampa. Alzo la vista hacia el anciano pero… ¡ya no está! Sólo se oye una melodía… se marchó igual que apareció. Sin embargo, el lobo sigue a mi lado. ¿Me querrá acompañar o querrá que sea su cena? No lo sé, ahora lo averiguaré…

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