sábado, 7 de junio de 2014

La vela

La pequeña llama ardía débilmente, el aire helado quería deshacerse de ella pero el cabo de vela se resistía a apagarse. Las cuatro almas reunidas alrededor de esa triste luz se frotaban las manos intentando entrar en calor. Tiritaban de frío y cada vez se acercaban más los unos a los otros para minimizar la pérdida de calor e intentar que el frío no se apoderase completamente de sus cuerpos. Uno de ellos salió del pequeño círculo luminoso y se dirigió a su mochila, sabía que estaba ahí, pero no lograba encontrarla, ¡tan escasa era la luz! Al final, palpando como un loco consiguió encontrarla, la volcó y los pocos objetos que contenía rodaron por el suelo de tierra.

     —  ¿Dónde está? ¿Dónde está? —se preguntaba amargamente.

Con sus manos revisó todo el suelo buscando una nueva vela, debía darse prisa o si no se consumiría la que ahora les alumbraba y ya no podrían ver más hasta el próximo amanecer, y para eso aún quedaba demasiado… Los demás salieron de su abotargamiento y se pusieron a buscar la nueva vela, uno de ellos cogió el pequeño cabo encendido cuidando de que no se apagara y lo protegió del viento con su mano y su cuerpo.

    ¡Daos prisa! —les apremió el encargado de custodiar la vela—. ¡Se está consumiendo!

Frenéticamente buscaron por todos los rincones pero no conseguían dar con ella. Pasaron dos, tres, cuatro minutos en los que los nervios y la desesperación se hacían patentes, y por fin uno de ellos la encontró en un pequeño recoveco por el que casi no cogía la mano de un niño. Con un alambre consiguió asir la vela y triunfante se dirigió a su compañero para encenderla, mas fue demasiado tarde porque en ese preciso momento se agotó la llama y la oscuridad se cernió sobre ellos.

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