La pequeña
llama ardía débilmente, el aire helado quería deshacerse de ella pero el cabo
de vela se resistía a apagarse. Las cuatro almas reunidas alrededor de esa
triste luz se frotaban las manos intentando entrar en calor. Tiritaban de frío
y cada vez se acercaban más los unos a los otros para minimizar la pérdida de
calor e intentar que el frío no se apoderase completamente de sus cuerpos. Uno
de ellos salió del pequeño círculo luminoso y se dirigió a su mochila, sabía
que estaba ahí, pero no lograba encontrarla, ¡tan escasa era la luz! Al final,
palpando como un loco consiguió encontrarla, la volcó y los pocos objetos que
contenía rodaron por el suelo de tierra.
— ¿Dónde está?
¿Dónde está? —se preguntaba amargamente.
Con sus manos revisó todo el suelo buscando
una nueva vela, debía darse prisa o si no se consumiría la que ahora les
alumbraba y ya no podrían ver más hasta el próximo amanecer, y para eso aún
quedaba demasiado… Los demás salieron de su abotargamiento y se pusieron a
buscar la nueva vela, uno de ellos cogió el pequeño cabo encendido cuidando de
que no se apagara y lo protegió del viento con su mano y su cuerpo.
— ¡Daos prisa! —les apremió el encargado de
custodiar la vela—. ¡Se está consumiendo!
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