Tuve un
sueño
en el que
nadie aparecía,
todo estaba
negro
sin la luz del día.
Las horas
pasaban,
tristes y
pesadas
rozando la
larga amargura
del alma que perdura.
Canté un
silencio vacío,
en el que
nada se oía
y mis ojos…
negros se
volvían
con la permanencia
de la noche sobre el día.
Noté el frío
rumor del desengaño,
llegó a mis
huesos…
heló mis labios.
Rocé el alma
marchita
con la punta
de los pensamientos,
y mis dedos
se cerraron
cercenando gozos pasados.
Soñé, mas no era un sueño…
El lazo de
recuerdos
se anudó en
torno a mi cuello.
Salté, al
abismo insondable de tu cuerpo,
y me asfixié con la curva de tus pensamientos.
Soñé, mas no era un sueño…
Y, en la
negrura infinita de mi alma,
aspiré el
último recuerdo
que,
olvidado,
me arrancó
la vida
y me llevó a tus brazos.
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