Soñaste con un mar salado
y acabaste viviendo en un desierto helado.
Plantaste semillas de verde esperanza
que se marchitaron en la tierra baldía.
Tus lágrimas cayeron
en el polvoriento suelo
y se absorbieron
en un momento.
Anduviste bajo el sol abrasador
arrastrándote por la senda de la desesperación.
Tuviste un espejismo
en el que aparecían momentos pasados de alegría,
y con ansia corriste hacia ellos,
aferrándote a la idea de no perderlos.
Extendiste la mano
y no tocaste más que la arena del desierto
que quemó tus dedos y abrasó tu cuerpo.
Contemplaste el sol,
que te encegueció
y tumbada sobre el lecho de tus sentimientos
cerraste los ojos esperando un destino incierto.
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