Quiere pensar que todo está bien
pero sabe que todo está del revés.
Los ojos se cierran en un silencio agónico,
buscando desesperadamente aferrarse a algo sólido.
Las manos tocan vacío, negrura, indiferencia…
y caen hacia el imperioso abismo del alma.
Ya nada se oye a su alrededor.
Ni siquiera el ruido de su respiración
ni el repiqueteo de su corazón
hacen mella en su interior.
La música se ha apagado con una corchea negra
y sólo retumba el silencio.
Opresivo,
pesado,
agonizante,
exigente,
desesperado,
alarmante,
tranquilo,
suficiente.
El silencio le amordaza la boca y le constriñe el corazón,
arrodillándolo en el suelo de la desolación.
No consigue soltarse de la prisión insondable
que son su cuerpo y su mente.
Unas lágrimas se van formando en el quicio de los ojos
y resbalan por sus mejillas
como si fueran arroyos de montaña desbordados.
Se cubre la cara con las manos
y el mudo sollozo
se abre paso por su garganta.
La mordaza se deshace,
el corazón late,
la respiración vuelve a él
y el ruido de la vida comienza a rodear todo su ser.
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