La voz se
rompe en mil pedazos.
Se quiebran las miradas.
El sonido silencioso atraviesa
un mar en calma sin alterarlo.
Se rehúye la vigilancia.
El corazón se desgarra
cual tela antigua y desvencijada.
La sonrisa se transforma en una mueca triste
con visos a convertirse en una máscara de tragedia. Los jirones de sentimientos
están despedazados y ya sólo queda un triste desgarrón enganchado a los restos
de un corazón aún palpitante.
Los labios se agrietan.
Las lágrimas saladas
corren por el rostro, curtiendo las heridas.
El último sentimiento se desprende
de su lugar de anclaje.
La mirada se vuelve pétrea.
La sonrisa inerme.
La voz
enmudece.
La armadura endurece su alma.
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